A veces se recuerda aquella actuación en el colegio a la que no asistieron los padres, ese cumpleaños que olvidó tu pareja, la fiesta a la que no te invitaron unos amigos o esas palabras en mal tono que escuchaste de unos hijos adolescentes. Son recuerdos asociados al enfado que en ocasiones, a su vez, fue motivo de broncas y resquemores.
Con más o menos dificultades, es bastante frecuente expresar el enfado. De hecho, puede ser un punto de partida para entender al otro y, en cierto modo, terminar reparando esas heridas.
Curiosamente, los recuerdos de juegos con padres y hermanos, aquel regalo que te hizo tu primera pareja o el reconocimiento que hace un hijo al acierto de unos padres se suele tener menos presente. Quizás por ello, podemos ser más "tacaños" a la hora de mostrar cercanía y amor que para dar a conocer nuestro malestar.
Es posible, que esta situación se relacione con que nuestros circuitos cerebrales de la agresividad sean evolutivamente más antiguos y estén más arraigados en nosotros que los circuitos del cuidado y el amor.
Seguramente, también tenga que ver con la dificultad para mostrar una supuesta vulnerabilidad cuando te digo lo importante que eres para mí. Con ese viejo temor a que si te doy ese poder, lo termines utilizando para aprovecharte de mí.
En cualquier caso, nuestras relaciones y nuestra propia satisfacción personal posiblemente mejorarían mucho si aumentásemos nuestro reconocimiento del cariño recibido y dijésemos con más frecuencia "te quiero".
Comments