Paul Mac Lean en los años 60 hizo una interesante aportación acerca de la organización del sistema nervioso central integrando las perspectivas de la anatomía, fisiología y evolución. En ella distinguió tres niveles: cerebro reptiliano, asociado al mundo instintivo, sistema límbico, asociado a las emociones, y córtex, asociado a las capacidades cognitivas. Esta propuesta se puede utilizar como punto de partida para tener una visión general de los fundamentos neurobiológicos de las relaciones humanas.
Una tortuga de mar, se aparea, busca la playa, cava el nido, desova, tapa el nido y se vuelve al mar siguiendo un ritual preprogramado. Básicamente una conducta instintiva que no le resulta agradable, ni desagradable, simplemente la hace. Su conducta y relaciones están controladas, básicamente desde el tronco del encéfalo, por una especie de programas genéticos rígidos, con poco componente de aprendizaje y con escasa capacidad de adaptación.
Ésta falta de emociones es la que no hace demasiado aconsejable al cocodrilo como mascota, ni a los lagartos como animales cirquenses.
Los mamíferos aportan a la evolución un gran desarrollo en la capacidad de cuidado de las crías, que incluye la capacidad de amamantar a las crías. Este cuidado se asocia a un componente emocional, que se sitúa en centros nerviosos situados en el espesor del cerebro, como el hipotálamo, la amígdala o el hipocampo, que forman el sistema límbico. Paralelamente, se vuelven "más listos" gracias al desarrollo del córtex, la envoltura de materia gris que recubre el cerebro.
Un perro mueve la cola en señal de alegría cuando su dueño llega a casa y le empuja de nuevo hacia la puerta para que le saque a pasear. La comunicación e interacción entre el perro y su dueño está a años luz de las posibilidades de los reptiles, anfibios o peces. Por otra parte, los mamíferos tienen una elevada capacidad de crecimiento y de desarrollo de relaciones. Algunas especies formarán grupos cuyas relaciones entre miembros no están exclusivamente condicionadas genéticamente.
La llegada de los grandes primates, como los chimpancés, y especialmente el hombre, aporta una hipertrofia de este sistema emocional, asociado al sistema límbico, y cognitivo, asociado la corteza cerebral. Nosotros no sólo nuestras sofisticadas relaciones personales nos permiten formar grupos, sino que además formamos sociedades cuya estructura no está determinada genéticamente (como la de las hormigas o abejas). Tenemos tanta capacidad de aprendizaje que nuestras culturas se desarrollan exponencialmente en el tiempo, alcanzando niveles de complejidad nunca imaginados en la historia de la vida.
Una vez resumido este proceso evolutivo, la cuestión es cómo se integra en el sistema nervioso central el desarrollo de diferentes centros nerviosos asociados a estas etapas reptil, mamífero, hombre.
Hay que tener en cuenta que la evolución no suele sustituir órganos. Más bien hace modificaciones sobre los que ya hay y añade estructuras nuevas que toman el control (habitualmente de forma parcial) sobre las antiguas. Así, la médula espinal incluye el sistema motor más sencillo y primitivo. A través de la evolución, los núcleos motores del tronco del encéfalo, cerebelo y núcleos de la base del cerebro controlan algunas funciones de la médula. Finalmente, a su vez, la corteza cerebral motora asumirá el control de los dos niveles "inferiores" descritos anteriormente.
En nuestro sistema nervioso central todavía se identifican los programas reptilianos, puede estar presente en nuestra tendencia "territorial" a sentarnos siempre en el mismo lugar en la mesa de casa, en un aula o sala de reuniones. También por supuesto, en determinadas conductas sexuales, como "los cortejos" que se producen en una discoteca, o respuestas violentas frente a una situación en la que nos sentimos agredidos. Lógicamente los programas reptilianos son inconscientes.
Aunque parece lógico, incluso estético, suponer que primero surge el mundo emocional y, más adelante, aparece el mundo cognitivo para controlar a las emociones. No está claro que sea así. Nosotros, los humanos, no tenemos las emociones de un mamífero "estándar" con una gran inteligencia. Somos los animales más inteligentes, pero también los más complejos emocionalmente. Da la impresión, de que el desarrollo del mundo emocional precisa del cognitivo para que lo mantenga dentro de un orden. Paralelamente, el desarrollo emocional permite subir un escalón en las relaciones personales y este contexto relacional y grupal facilitaría el desarrollo de al menos algunas funciones cognitivas (por ejemplo, se puede pensar en el lenguaje). Quizás se haya producido un desarrollo sinérgico de las emociones y capacidades cognitivas.
En cualquier caso, nuestro sistema emocional y cognitivo, ha tomado el control de los rígidos programas reptilianos. Así, más allá de los intereses sexuales, o la tendencia a buscar la reproducción, las relaciones de pareja pueden tomar en cuenta intereses "afectivos" más complejos, como el cuidado o el bienestar emocional, o aspectos más "fríos" como los intereses económicos. También podemos reprimir una conducta violenta para no sentirnos culpables o simplemente porque nos parece inadecuada, a pesar de estar enfadados. Llegados a este punto, se describe un "diálogo" entre los diferentes niveles evolutivos de nuestro sistema nervioso central del que somos parcialmente conscientes. No siempre es fácil llegar a entender los motivos que nos llevan a tomar o dejar de tomar una decisión relacionada con nuestras relaciones personales.
Todos estos factores han contribuido a que establezcamos relaciones muy complejas y, en general, a desarrollar una gran capacidad de aprendizaje y control del medio. Así se explica, el meteórico éxito de nuestra especie. La historia no se detiene. ¿Cuál será el próximo escalón en nuestro desarrollo? ¿Quizás la inteligencia artificial?
Bibliografía
- Braidot. (2013) ¿Cómo funciona tu cerebro?. Barcelona, Ed. Planeta.
- P. D. MacLean, Paul D. (1990). The triune brain in evolution: role in paleocerebral functions. Nueva York, Ed. Plenum Press
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