Una empresa de carpintería de aluminio pertenece a dos socios. Juan se encarga de la labor comercial y Pedro de la contabilidad y supervisión de las instalaciones. Tienen a su cargo cuatro instaladores con poca experiencia, a los que se sobrecarga de trabajo y se les paga un escaso sueldo. También hay un administrativo encargado de la parte burocrática.
Juan suele pisar poco la oficina y Pedro siempre está agobiado por el trabajo de gestión. Por ello, rehúye supervisar a los instaladores diciéndoles, a veces con malas formas, que no tiene tiempo o que deberían saber resolver los problemas.
Debido a la falta de experiencia y escasa supervisión, con frecuencia, los presupuestos son incorrectos y se cometen errores en las instalaciones realizadas. Como consecuencia, hay un elevado grado de frustración y mal ambiente de trabajo. Los instaladores tienen conflictos entre ellos e impera una ley no escrita de "sálvese quien pueda". Recientemente, el mejor instalador ha avisado de que deja el trabajo.
A veces, resulta muy difícil delegar el poder. Quizás por esta razón no se contrata a un instalador con experiencia como director del equipo. Pero, si no se delega el poder, se compromete el crecimiento de una empresa.
Por otra parte, las relaciones abusivas, aunque pueda parecer lo contrario, tienden a generar importantes pérdidas a la empresa. Lo que se "ahorra" en sueldos, queda sobradamente compensado por el coste en reparaciones de errores o pérdida de clientes.
Modelos de relación "aprendidos" en el ámbito familiar se tienden a reproducir en la dirección de equipos a pesar de resultar evidentemente poco eficaces. De esta forma, no es raro que factores emocionales comprometan el éxito de un negocio.
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