Ya quedaron muy atrás aquellos tiempos en los que era, casi, obligatorio casarse, tener hijos y formar una familia para siempre. ¡Sí, para siempre!, pasase lo que pasase, casi, sin importar la satisfacción o sufrimiento que esa relación ofreciese a sus miembros.
Los varones y las mujeres ya no se necesitan, y, por supuesto, lo mismo sucede con las parejas homosexuales. Los miembros de nuestra sociedad pueden vivir sin una relación de pareja estable. Con más o menos dificultades, un individuo puede gestionar la intendencia de la casa y ganar su dinero. Se puede satisfacer el mundo afectivo y sexual con relaciones de compromiso más limitado y tener hijos biológicos o adoptivos en solitario.
En este sentido, hemos ganado autonomía. Las parejas actuales están juntas porque quieren, no por obligación. Y pueden romper la relación, si así lo desean, con relativa facilidad. Sin embargo, este mayor grado de libertad no sale "gratis".
Ahora, para mantener la pareja, resulta necesario invertir un "esfuerzo", sobre todo emocional. Esto implica desarrollar actitudes de comunicación, tolerancia y complicidad que antes, con una relación "garantizada", se podían considerar menos necesarias.
Curiosamente, la sociedad que nos ofrece este nuevo modelo de pareja no nos facilita el tiempo y la dedicación que necesita este tipo de relación. Por el contrario, cada vez es más frecuente que nuestra faceta profesional adquiera un mayor protagonismo en perjuicio del ámbito personal, incluyendo el cuidado de la pareja.
Como consecuencia, las parejas actuales pueden aspirar a una relación más satisfactoria basada en el deseo, en lugar de la necesidad. Pero, con frecuencia, les resulta difícil poder realizar el esfuerzo que requiere mantener este tipo de pareja. De hecho, cada vez resulta más frecuente que busquen la ayuda de un profesional para encontrar una salida a esta encrucijada.
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